Al mes de la misteriosa desaparición Carlos, su marido, se encuentra sentado en el living de su casa. Sandra se acerca rápidamente a punto de estallar de los nervios a preguntarle cómo había llegado allí y dónde había estado. Carlos no contesta ni una palabra e ignora completamente a Sandra. Al rato se levanta del sillón, recoge un frasco, va al patio, se arrodilla y comienza a levantar piedras buscando algo. Carlos junta un montón de bichos bolita, los lava cuidadosamente, los escurre, abre la heladera, agarra discos de empanada y comienza a rellenar las empanadas con los bichos bolitas y tomate. Las pone en el horno a una temperatura de 180º y se queda mirando fijamente al horno impaciente, mientras su esposa lo mira extrañado. Carlos abre el horno después de 20 minutos, pone la mesa, apaga las luces, prende las velas, pone un disco de música lenta y la invita a Sandra a sentarse junto a él. El matrimonio devora las empanadas de bichos bolita y tomate mientras Carlos no para de repetir: "Sandra... Sandra... Sandra... por fin pude salir de mi escafandra". Sandra entiende de lo que habla y desde allí su matrimonio comienza a funcionar.
Un día suena el timbre, Carlos abre la puerta y entre las penumbras se encuentra a su ex escafandra observándolo desde el umbral de la casa. Carlos la invita a pasar desconfiadamente, y Sandra la recibe angustiada. La escafandra se sienta en el sillón en donde se suele sentar Carlos, y el matrimonio se sienta uno a cada lado del invitado. La escafandra se saca la cabeza y empiezan a surgir un montón de bichos bolita de su interior, invadiendo la casa caminando rápidamente por el piso, los muebles, las paredes y el techo. Carlos y Sandra se meten en el interior de la escafandra y ésta cierra su cabeza.
Los hijos del matrimonio siguen su vida normalmente y de vez en cuando le echan un vistazo a la escafandra en donde se encuentran sus padres, comiendo bichos bolita felizmente. "Qué tipos cerrados" dice la gente del barrio.
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